D E L I R I
O D E
N U E V A Y O R K
¿La masa social
conforma la forma arquitectónica de una ciudad o es la forma arquitectónica de
una ciudad lo que determina la vida de sus habitantes?
En este libro, Rem
Koolhaas, trata de responder a esa pregunta a través de la historia
arquitectónica de Nueva York, partiendo desde la primitiva Manhattan
rectilínea, pasando por su edificio más emblemático, el rascacielos y con
edificios tan emblemáticos como el Hotel Waldorf-Astoria y el Empire State nos
explica como la personalidad y forma de actuar de la manzana de la que forman
parte, hacen de estos los medianeros entre la idiosincrasia de los habitantes
de esa manzana y se constituye así la ciudad a través de la construcción y forma arquitectónica de sus edificios.
En principio
Manhattan es diseñada como una retícula, muy comercial, intentando asumir a la
masa que viene del resto de la ciudad, tiene que adsorberla, engullirla de
algún modo y ofrecerle no solo lo necesario e imprescindible comercialmente
hablando para cubrir sus necesidades básicas, sino también sus ansías de
diversión, de esparcimiento, y con esta idea aparece y se diseña Coney Island,
donde todo lo placentero es artificial, todo se puede diseñar, todos los sueños
se pueden edificar, todas las ansiedades se pueden plasmar en edificaciones,
luminotecnias, parques de atracciones,..todo lo sintético, artificial y
negativo, en Nueva york se tiene la lucidez de convertirlo en atractivo, en
algo único, magnífico. Cada problema de masificación hace crear una idea y cada idea a su vez crea
un problema que hace que nazca una idea, se van retroalimentando así mismos,
Nueva York y su gente se retroalimentan mutuamente, sus edificios han ido
moldeando el alma de sus gentes y sus gentes han ido moldeando sus edificaciones.
En esta
retroalimentación mutua surge el paradigma de Manhattan y por tanto de Nueva
York, su buque insignia en todo el mundo, el rascacielos. Estos permiten ver
desde lo alto los dominios del género humano, pero a la vez desde el borde del
precipicio, es un constante asomarse al abismo, es un reto ante el peligro,
pero una solución para el cada día mayor
número de habitantes de la metrópolis, los rascacielos son autenticas ciudades
en miniatura, cada manzana en Nueva York tiene su personalidad y conforma la de
sus gentes, como decíamos antes, y el rascacielos es otra ciudad en miniatura
dentro de su propia manzana.
Pero estos
edificios, lejos de servir únicamente para solucionar el problema de la
masificación están concebidos con un espíritu de devoción estética, están
diseñados para satisfacer, en su trazado y sus servicios el espíritu de nuestra
civilización, establecen una relación muy estrecha entre la belleza y los
negocios, es la mayor contribución del urbanismo al futuro.
La llegada a Nueva
York de Dalí y de Le Corbusier presentan
otra visión, no tan optimista y entusiasta, de la conformación urbanística de
Nueva York.
Dalí considera la ciudad como una selva, proyectó unas visiones
anacrónicas, violentas y melancólicas de la ciudad, la ausencia de líneas
rectas y del purismo como contraposición
de una estructura orgánica y biológica con su teoría de los objetos
surrealistas y con el progreso de su pensamiento hacia el canibalismo de los
objetos se hizo visible con el abandono
de la estética del productivismo a favor de una nueva fascinación por las
formas opulentas y aerodinámicas. Se trata de una estética anacrónica que Dalí
recuperó por oposición al funcionalismo moderno.
Para
Le Corbusier, la estructura de Nueva York hace de ella una ciudad caótica y
masificada que atenta contra los principios teóricos del urbanismo racional. A
esta obstinación en la amalgama es a lo que el arquitecto se enfrenta,
contraponiendo su modelo de ciudad, pero su ciudad acaba siendo más algo impersonal y autómata que una verdadera
ciudad diseñada para acoger seres humanos y llenarse de vida, todo lo que
critica a la ciudad de Manhattan termina diseñándolo en su ciudad , mas basada
en una utopía que en la realidad. Lo que Le Corbusier propone, mal que le pese,
ya está creado, es Nueva York y concretamente Manhattan.
Posteriormente, a la
retícula preliminar que era Manhattan, con sus interminables líneas rectas y
sus activos arquitectónicos y su cultura de la congestión, deja paso a la
curva.
Harrison, después de
la Segunda Guerra Mundial, se alza como el arquitecto protagonista de la
pérdida gradual de la densidad de Manhattan, la” cultura de la congestión” deja
paso al libre juego de las torres y las edificaciones, aunque refleja su
ambivalencia en su trayectoria a través de sus edificios, desde el Rockefeller
Center, la Perisferia y la Ciudad de la Luz y después de la guerra la Ciudad X,
la ONU…donde se refleja el enfrentamiento de la curva a la rigidez de la
retícula aunque al final triunfa la lógica del rectángulo. El globo empieza a
ser la pieza temática de la arquitectura de la postguerra, quizá llevado por la
visión abierta al mundo, a la redondez del globo terráqueo, la unión de todos
los pueblos tras una dura guerra mundial, nuevamente la sociedad arrastra la
arquitectura y viceversa, pero es un globo vacío, inocuo, sin ningún contenido,
la fuerza se vuelve a reflejar en el esqueleto duro y recto de Manhattan.
La ciudad es una
máquina de transformación, está en constante progresión y construcción y desde
lo grande a lo pequeño tiene cabida y repercute en su desarrollo, desde una
atracción de feria, pieza clave en el desarrollo de Manhattan, hasta una Guerra
Mundial que hace que se modifiquen los arquetipos arquitectónicos verticales
para convivir con los curvilíneos.
Pero una ciudad
siempre será un campo de experimentación cuyo fin es superarse a sí misma.